sábado, 28 de febrero de 2009

viernes, 6 de febrero de 2009

*CARGANDO EL VENADO*.


(Andrés Duarte Arellano)
Estaba un hombre a la orilla del camino sentado en una piedra, bajo la sombra de un frondoso huanacaxtle. Se le miraba triste, meditabundo, cabizbajo; casi, casi a punto de soltar el llanto.
Así lo encontró su compadre y amigo de toda la vida, quien acongojado al verlo en tales fachas, le preguntó el motivo, causa o razón que ocasionaba que él se encontrara en situación tan deprimente.
-¡Ay! Compadre-contestó el interpelado, --¡tu comadre! ¡Tu comadre! Esta noche la mato o la suicido, pero de que se muere, se muere.
-No la amueles compadre, mejor platícame, porqué la quieres matar, a lo mejor te puedo ayudar a encontrar una mejor solución al problema.
El compadre, después de limpiarse sus ojos todos llorosos y su nariz moquienta, empezó con su relato.
-Mira compadre, tú sabes que somos muy pobres y en tu humilde casa la única forma de acompañar los frijoles es con un pedazo de carne que tengo que conseguir yendo de cacería al monte. Me tengo que ir con mi vieja escopeta, pasar varios días de sufrimiento y penalidades, salvándome de milagro de los peligros del monte, esquivando víboras, al tigre, etc., soportar la terrible comezón que me producen las guiñas, garrapatas y piquetes de moscos, y por si esto fuera poco, aguantar cómo me cala hasta los huesos el frío y la soledad de las noches. Luego, por fin, si la suerte me socorre y logro cazar un venado, todavía tengo que cargarlo hasta el rancho y subir la cuesta de la loma donde está mi casa.
Todavía no alcanzo resuello cuando aparece mi señora con el cuchillo en la mano e inmediatamente empieza a repartir el venado entre vecinos y familiares. Que una pierna pa' doña Juana, que otra pa' doña Cleo, que este lomito pa' mi mamá, que esto pa'llá, que esto pa'cá y a los dos o tres días allí va tu tonto otra vez de cacería. ¡Pero ya me cansé y esta noche mínimo las desmechoneo!
El compadre de aquél iracundo desdichado, después de meditar un momento le dio la solución:
-Invita a tu mujer a cargar el venado.
-¿¡Qué!?
-Sí, sí. Mira. Nomás no le digas las madrizas que te pones para cargar el venado. Mejor píntasela bonito. No le hables de las espinas ni los peligros, ni del frío ni el calor. Dile que la invitas a la cacería para que disfrute de los bellos paisajes, del esplendor de las estrellas que te cobijan en la noche, de los manantiales cristalinos que reflejarían románticamente sus imágenes, de sus exquisitas aguas, del aire fresco del monte, lleno de oxígeno, de la graciosa manera en que camina el venado, como si fuera un bailarín de ballet, el dulce canto de los grillos y los pajarillos silvestres, en fin.
El compadre siguió el consejo. Por supuesto la convenció. La mujer, entusiasmada, se fue con la falda larga hasta el tobillo. Al cruzar el primer "aguamal" se redujo a minifalda porque la prenda quedó desgarrada entre las púas. La blusa le quedó toda "chiruda". El calzado se le rompió por los difíciles caminos y las piedras y las espinas la hicieron sangrar. Las "guinas" y "guachaporis" los traía por todo el cuerpo. El sol le quemó la piel. El pelo se le maltrató: le quedó tiezo y desparramado como estropajo. Las manos le quedaron encallecidas al abrirse paso entre el espeso monte. Toda chamagosa, estuvo a punto de sufrir un infarto al toparse con una enorme víbora. Muerta de hambre, su imagen parecía sacada de un cuento de ultratumba.
Por fin, después de tantos martirios, un día encontraron al venado. Ella tuvo que contener el aliento y el hombre sigiloso, con la astucia y agilidad de un gato, se acercó a su presa, y con la mirada de un lince localizó el blanco justo para liquidar al escurridizo animal. ¡Bang! Y el venado había muerto. La mujer no cabía de júbilo pensando que su sufrimiento había terminado, pero no era así.
-Ahora, mi amor, quiero que cargues el venado para que veas lo bonito que se siente - le dijo el hombre masticando rabiosamente cada una de sus palabras.
La mujer casi se desmaya ante la desconocida mirada asesina de su marido, pero ante la desesperación por regresar a su hogar no tuvo aliento ni para replicar y cargó el venado hasta su casa cruzando veredas y montañas. Despatolada, con las piernas abiertas, jadeando y casi muerta, a punto de tronarle el corazón, llegó y depositó el animal en la sala de su casa.
Los niños y sus amiguitos, hijos de los vecinos, salieron a recibir a sus papás cazadores y acostumbrados a la repartición, le dijeron a su mamá con alegría:
-Mamá, apúrate a repartir el venado porque la mamá de Pepito ya está desesperada.
-¿Qué pedazo le llevo a mi tía?, le dijo otro.
La señora, tirada en el piso, hizo un esfuerzo sobrehumano para levantar la cabeza y con los ojos inyectados de sangre volteó a ver a los niños y agarrando aire hasta por las orejas, les gritó:
-Este venado no me lo toca nadie y tú Pepito, ve y dile a tu mamá que vaya mucho a * & % $ •) * ") ºº

"REFLEXIÓN"
Para valorar el esfuerzo ajeno y respetar en su real dimensión el trabajo de los demás, todos debemos aprender a "cargar el venado".
La experiencia adquirida con el paso de los años nos ha enseñado que solo se valora aquello que se ha adquirido como resultado de nuestro trabajo, que solo cuidamos aquello que nos ha costado esfuerzo, sudor y sacrificio.

domingo, 1 de febrero de 2009

*Trastornos de la personalidad*


Psic. Ana Lorena Arnáiz García
Artículo Publicado en www.todamujer.com del 30.01.2009
Desde que somos niños todos nos caracterizamos por tener “una forma de ser” que se va construyendo al paso del tiempo, a partir de nuestras relaciones, nuestras experiencias, la manera de comunicarnos, la costumbre, la cultura y muchos otros factores más. Esta forma de ser constituye nuestro carácter, que representan las respuestas repetitivas que desarrollamos para enfrentar toda clase de situaciones. Por ejemplo, una persona con carácter depresivo tenderá a mostrarse apático y negativo ante circunstancias benéficas, así como difíciles.
El carácter es parte de nuestra vida cotidiana, y todos tenemos algún tipo de carácter. Generalmente, nos referimos a él como “la personalidad”; se trata de patrones que se mantienen permanentemente y que, a diferencia de la conducta, es algo difícil de cambiar por uno mismo. El origen etimológico de “carácter” viene del griego “charazo” que significa esculpir, así podemos ver que la palabra hace alusión a aquello que ha quedado “grabado” en un individuo. La palabra “personalidad” viene del latín “persona” cuyo significado es “máscara”, refiriéndose a la careta con que nos mostramos para que nos perciban los demás.
La personalidad está determinada por la herencia y el ambiente. Algunos de sus componentes como la inteligencia, la sensibilidad y la flexibilidad pueden tener una poderosa influencia genética; esto se puede distinguir desde las primeras semanas de vida. Hay bebés que al primer sonido extraño saltan y lloran, otros, en cambio, pueden pasar dormidos muchas horas ininterrumidamente. Así mismo, algunos talentos artísticos como la música, las lenguas o la coordinación psicomotriz tienen una amplia base genética. Todo esto pierde o gana valor en relación a la participación de la familia, la sociedad y la cultura, cuyo papel es ayudar a reforzar o castigar estas influencias y así modular esta carga.
Los componentes sociales de la personalidad son fuerzas estimulantes y restrictivas que operan desde el exterior del individuo; algunos de ellos son: los valores, las metas, los estímulos y las prohibiciones. En este sentido, la educación y la relación con la familia de origen desde la primera infancia son factores determinantes.
Es sabido que en personas de origen genético análogo se producen características de personalidad distintas, de acuerdo al lugar donde crecen y se desarrollan; esto está comprobado gracias a estudios hechos en gemelos, que por razones ajenas, se crían en ambientes y familias por separado.
Hay dos tipos de modelos para clasificar la personalidad, el primero de ellos es el descriptivo que se empezó a desarrollar en el siglo II D.C con Galeno, quien dividía los temperamentos en relación a los cuatro elementos de la naturaleza. Él consideraba que estaban representados en cuatro fluidos o humores presentes en el hombre: sangre, bilis, bilis negra y linfa. Para Galeno la “normalidad” se relacionaba con el equilibrio de estos cuatro componentes en cada persona. Los excesos resultaban en personalidades “características”, como: el sanguíneo optimista, bilis amarilla temperamento colérico, bilis negra es causa de un temperamento melancólico y la linfa conduce a un temperamento linfático. Hay intentos más recientes de correlacionar aspectos bio-psicológicos de la personalidad como las hechas por Jung, Reich, Kertschmer, o la tipología de Sheldon, que responden a una necesidad de delimitar variedades de personalidad y su función es más bien de clasificación que descriptiva.
El segundo modelo, el dinámico, busca describir formas individuales de sentir, pensar y actuar, las tendencias de la personalidad forman estructuras que operan de manera consciente e inconsciente en el individuo a través de los instintos, las necesidades y las pulsiones. Este modelo, basado en el desarrollo psicosexual planteado por Freud explica el desarrollo del carácter como resultado de la frustración o satisfacción de necesidades instintivas que adquieren predominio en cada etapa del crecimiento. Así se definen el carácter oral, anal y genital, expresándose a través de mecanismos de defensa como la regresión, la transformación en lo contrario, la identificación, la racionalización etc.
Hay muchos rasgos de personalidad que son saludables, dan un sentido de identidad y armonía permitiendo que las relaciones con otras personas sean flexibles y satisfactorias. En cambio, hay rasgos exagerados, rígidos y fuente de sufrimiento para el propio sujeto y para quienes lo rodean. Es entonces cuando empezamos a pensar en que la persona está sufriendo un trastorno de la personalidad.
Las personas que presentan un trastorno de la personalidad despliegan un estilo de conducta que muestra en forma extrema sus rasgos dominantes. La Organización Mundial de la Salud (OMS), por medio de la Clasificación Internacional de Enfermedades, destaca en su última edición las siguientes categorías catalogadas como trastornos de personalidad: paranoide, esquizoide, antisocial, limítrofe, histriónico, obsesivo, ansioso y dependiente.
Para saber si se está padeciendo un trastorno de la personalidad es importante tomar en cuenta dos factores: generalmente quién lo padece difícilmente reconoce que “su manera de ser” es un problema para los demás, aunque resulta casi evidente que ya no está pudiendo comunicarse y desempeñarse de manera satisfactoria socialmente. El segundo es que las respuestas de la persona que sufre un trastorno de la personalidad empiezan a estereotiparse, y se convierten en algo dolorosamente predecible para sus allegados a lo que, el referido, responde con un singular “pues así soy yo”. Generalmente, quienes padecen un trastorno de la personalidad acuden a tratamiento por la presión que ejercen en él quienes los rodean y quienes más los quieren, y dentro del proceso se obtienen resultados satisfactorios que benefician tanto a quien lo padece cómo a quienes lo rodean. Los trastornos de personalidad son controlables, y debemos comprender que el estrés al que estamos sometidos en esta vida postmoderna provoca que nos encontremos con ellos cada vez con más frecuencia.
Si conoces a alguien que presenta estas características o eres tú mismo quien se identifica con lo anteriormente mencionado, no dudes en buscar ayuda, ya que sí hay una solución Por medio del tratamiento psicoanalítico se reconstruye la historia del individuo, definimos nuestra personalidad, nos autoregulamos y aprendemos a hacernos responsables de nosotros mismos, lo que nos permite llegar a mejorar nuestro carácter, antes que nada ,en beneficio propio y en segundo lugar, en beneficio de quienes nos rodean y nos quieren.